Archivo para septiembre 2006
Compañerismo – Rosa. Leave a comment
La salvadora ! Leave a comment
Ya estoy preparada para este hermoso crucero.
Empaqué mis mejores vestidos.
Estoy excitada!!
Estuve todo el día en el mar. Estuvo hermoso, y ví algunos delfines y ballenas.
Hoy encontré al Capitán y me pareció un lindo hombre.
El Capitán me invitó a su mesa para cenar.
Fue un honor y la pasé maravillosamente.
Es un hombre muy atractivo y atento.
Fui al Casino del barco y me fue bárbaro….gane U$ 80.
El Capitán me invitó a cenar con él en su cuarto.
Tuvimos una lujosa cena con caviar y champagne.
El me preguntó si me quedaba en su cuarto y decliné la invitación.
Volví a la pileta y me quemé un poco al sol.
Decidí ir al piano bar y pasar allí el resto del día.
Yo estaba aterrada.
Hoy salvé 1600 personas…¡
¡¡Dos veces!!!
Bosque – Angel González. Leave a comment
Bosque.
Cruzas por el crepúsculo.
El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso,
de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas tus pies.
Cientos de árboles contienen el aliento sobre tu cabeza.
Un pájaro no sabe que estás allí,
y lanza su silbido largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco del mundo.
Eco distante que tú estremeces,
traspasando las últimas fronteras de la tarde.
Ángel González.
Música de estrelllas – Nifa Duarte. Leave a comment
Música de estrellas.
Mis sentires van trazando circunstancias,
donde guardo los bellos momentos;
aquellos que habitaron mis adentros
llenando mi vida de contento…
Mis sábanas de hilo cubren tus requiebros,
y bajo mi almohada respiran aún tus besos.
Allí entibié mis versos, pulí mis estrofas,
para decorar con ellas tu rincón…
Mis sentires van trazando circunstancias
y mi alma de torcaza pone música
al nido que con plumas construí,
donde moran los instantes del ayer…
Son momentos imposibles de olvidar,
son sentires que encontraron su lugar,
fuente cristalina donde se retrata
tu silueta y en tus pupilas están las mías…
Con aroma de gardenias,
dulzor de mil panales,
suavidad de tibios nidos
y música de estrellas…
Ninfa Duarte.
Fantasía de amor. Leave a comment
Fantasía de amor.
Mi cuerpo sigue temblando,
mis labios aún adormecidos,
fue una noche mágica: que locura,
cuando amaneció ya no estaba,
se desvaneció como la tenue luz de la habitación.
Aun escucho sus te amo,
aun siento sus latidos,
aun percibo su silueta: que hermosura,
cuando amaneció ya no estaba,
se desvaneció como la tenue luz de la habitación.
Me quedan marcados sus dedos
en mi espalda, fuego y deseo,
aun saboreo sus labios: que ternura,
cuando amaneció ya no estaba,
se desvaneció como la tenue luz de la habitación.
Hoy despierta y más calmada
te llamo y tan solo pido
que despejes esta duda
si este amor fugaz y de locura
fue amor de verdad o fantasía.
Autor desconocido por mí.
Nocturno de los ángeles – Xavier Villaurrutia. Leave a comment
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.
Si cada uno dijera en un momento dado,
en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa,
una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.
De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas…
Hay recodos y bancos de sombra,
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz que ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.
El río de la calle queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón entre dos espasmos.
Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no caminan.
¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.
Aun no estoy preparado para perderte. Leave a comment
No estoy preparado para que me dejes solo.
Aún no estoy preparado para crecer
y aceptar que es natural,
para reconocer que todo
tiene un principio y tiene un final.
Aún no estoy preparado para no tenerte
y sólo recordarte.
Aún no estoy preparado para no poder oírte
no estoy preparado para que no me abraces
y para no poder abrazarte.
Aún te necesito
y aun no estoy preparado para caminar
por el mundo preguntándome ¿porqué?
No estoy preparado hoy ni nunca lo estaré.
Te necesito.
Más allá de una fatídica noche de invierno. Leave a comment
Más allá de una fatídica noche de invierno.
Me fui en silencio, con la ilusión dislocada
con esa lágrima que pronto caería y no cayó
y tu “no te quiero” congelado en el corazón.
Me fui tranquilo, sin rumbo alguno
mientras mi corazón se desangraba
y mi sonrisa se alejaba hasta el infinito
como aquella estrella fugaz
la misma a la que le pedimos
que jamás se diluya nuestro reino.
Pero me cuesta tanto aceptarlo
aceptar que mañana estarás tan cerca
y no podré saciar mi sed de amor
convertirte en utopía y resignación
aceptar que nada concreto me separa de ti
aceptar que tres palabras espinosas
son la muralla interminable.
P.D: LAS 3 PALABRAS ESPINOSAS SON: NO TE QUIERO.
Autor desconocido por mí.
Tiempo – Rosa. Leave a comment
Un ángel que duerme en las aceras – David M.A.Martínez. Leave a comment
La vida nunca había sido fácil para él, se había convertido en un transcurrir del tiempo lento y cruel. La vida se había convertido en una carga difícil de llevar pese a gran fortaleza que se tuviese.
El gran mar de transeúntes que discurría por la calle se abría, como Moisés abrió el Mar Rojo, evitando toparse con un pordiosero, a sus ojos, sentado en mitad de la acera.
La gente lo miraban con repugnancia y desprecio, niños y jóvenes se reían a su paso, madres cruzaban con sus niños de acera. Sentado en la acera, rechazado por la sociedad, visto con unos ojos que no eran capaces de comprender que cualquier día podrían ser ellos los que ocupasen su lugar.
Su corazón lloraba de tristeza. Pena y pesar se habían apoderado de su alma sumiéndola en un dolor que lo devoraba desde lo más profundo. Dos gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas, cubiertas por una espesa barba.
Sus ojos cerrados, evitando mirar su propio reflejo en los ojos de los demás, siendo incapaz de aguantar la visión que tenían de él, miraban un tiempo futuro en el que aquel tormento perpetuo no fuera más que pesadillas de un pasado borroso en la memoria y en el corazón.
Los días eran agujas clavadas en su paciencia, únicamente soportables por una férrea fe en un futuro mejor, en un paraíso prometido. Los transeúntes siempre lo evitaban como si su desgracia fuese contagiosa, cerrándole así puertas de esperanza para poder vivir el día a día.
Tras el paso de los años se había convencido de que su situación no era más que el resultado de un castigo divino, un tormento que era menester sufrir para redimirse. Sin embargo, algo en su corazón le decía que aquello no era más que un tránsito y no un castigo, que su lugar no era aquel sino que un día llegó de otro lugar y allí se quedó, durmiendo en las aceras. Era como si sus alas se hubieran caído y no recordase quien era ni de dónde venía.
Al anochecer en su nube de cartón, incontables lágrimas derramaba de tristeza y soledad, nada comprendía, no encontraba un por qué, no hallaba nada a lo que aferrarse para continuar su deambular. El dolor y la amargura se extendían como un implacable cáncer maligno, devorándole las entrañas y sumiéndolo poco a poco en un pozo al cual no entraba luz alguna, un abismo de muerte y olvido que lo llamaba con su embelesada voz en un susurro irresistiblemente tentador.
Aquella noche, en la que su espíritu flaqueaba, era fría e inhóspita. Un viento helado y cruel soplaba a través de las calles, amenazando con disipar en jirones aquella nube de cartón inestable y precaria. Una maldad arremetía contra aquel islote, lleno de sueños perdidos, hasta que terminó por ceder y precipitarse los jirones de nube arrastrados por el frío viento.
Su corazón latía cada vez más débilmente retando, tímidamente, el silencio interior de su alma congelada. El viento paró dejando nada más que silencio, congelando aquel instante con su frío mortal. La noche pasó y el sol derramó sus cálidos rayos sobre el callejón, cubierto de pedazos de lo que había sido una nube de cartón de un pequeño ángel que cada noche, tras caer el sol dormía en las aceras. No había rastro de lo que había sido de él, el viento se había llevado los últimos suspiros de un alma que regresaba al lugar del que provenía, arrastrando aquella última chispa de vida consigo hasta la eternidad.
David Manuel Alcalá Martínez.